Gentrification: un concepto inadecuado para una temática ambigua

«Gentrification»: un concepto inadecuado para una temática ambigua1
Papeles de Relaciones Ecosociales y Cambio global, núm. 137, primavera 2017.

La gentrificación está moda en los estudios sociourbanos. Sin embargo, existe un uso ideológico del término que impide analizar con profundidad la identidad de clase que se esconde detrás de la figura del gentrificador y que oculta la desposesión urbana de las clases populares que conlleva este fenómeno. Desde el punto de vista político, la gentrificación es una de las facetas de la elitización del derecho a la ciudad. Para desvelar lo que se esconde tras este concepto y denunciar lo que enuncia, el sociólogo francés Jean Pierre Garnier impartió hace cinco años en la Facultad de Geografía de la Universidad de Barcelona la conferencia que ahora reproducimos a continuación.

Con semejante título se adivinará que mi propósito es bastante polémico. Hay que admitir que las dos preguntas que lo han inspirado no pueden más que suscitar debates. La primera es: ¿por qué los investigadores interesados por el tema de la gentrificación se satisfacen con un concepto (o más bien una noción) tan discutible? La segunda pregunta, considerada como escandalosa e incluso sacrílega por mis colegas universitarios en Francia, es: ¿para qué y para quienes sirven realmente los estudios sobre le gentrificación? Tengo varias respuestas en forma de hipótesis que voy a someter a discusión. Una discusión que será indisociablemente científica y política.

   Es conocido que uno de los rasgos más destacados de la evolución de las grandes ciudades contemporáneas es el establecimiento en ciertos barrios populares ubicados en las partes centrales del territorio urbano de nuevos residentes que, con alto capital intelectual y cultural, y suficientes recursos financieros, toman posesión de ese espacio a expensas de los habitantes anteriores, que tarde o temprano se ven desalojados del barrio donde vivían. Este fenómeno urbano ha dado lugar a un montón de literatura más o menos científica. Para designar esta colonización2 progresiva –que no progresista a pesar de que muchos de los implicados se pretenden de izquierda e imaginan ser la vanguardia de una nueva revolución cultural en materia de hábitos y modos de vida– de esos espacios urbanos deteriorados pero bien situados, se ha importado de Inglaterra un término que ha sido elevado al estatuto de concepto: la gentrificación.

Una noción importada e… inoportuna

Este término surge en 1963 de la mano de la socióloga marxista Ruth Glass en un estudio acerca de las transformaciones socio-espaciales que experimentan algunos barrios obreros del East End londinense. Sin embargo, es legítimo que nos preguntemos si este neologismo resulta adecuado para lo que supuestamente busca designar y si permite clarificar los determinantes y la lógica social (por no decir de clase) de este tipo de transformaciones o si, por el contrario, contribuye a mantener la confusión.

Habida cuenta de la orientación ideológica de su promotora, la noción de gentrificación difícilmente podía ser sospechosa de pertenecer a esta “neolengua” –de la que se habla en la obra George Orwell, 1984– que, en el ámbito de la investigación urbana como en otros campos, sirve para disimular al mismo tiempo que para celebrar el advenimiento de un capitalismo que se ha declarado en adelante insuperable.3 Al contrario, Ruth Glass había escogido esta noción de gentrificación por referencia a la dimensión de clase del fenómeno analizado: para ella, la palabra tenía un valor metafórico, como si una pequeña nobleza –la gentry británica– se hubiera apropiado de una porción de la ciudad a costa del despojo de obreros, familias de inmigrantes y trabajadores jubilados. Siguiendo las huellas de Ruth Glass, numerosos investigadores –entre los que ha destacado el geógrafo radical estadounidense Neil Smith, marxista él tambien– han utilizado esta noción de gentrificación para denunciar la deportación, como dicen los activistas de izquierda, de las capas populares del centro hacia las periferias urbanas.

Sin embargo, al derivar su expresión del término gentry, que significa en Inglaterra “pequeña nobleza terrateniente”, Ruth Glass llevó a los investigadores que se han inspirado en sus obras a equivocarse acerca de la verdadera pertenencia de clase de aquellos a los que ciertos sociólogos denominan gentrificadores; o, lo que no mejora las cosas, a dejar imprecisa y vaga su identidad social.

   Desde luego, hace falta intentar dar un contenido sociólogico a la gentrificación sin el deber de acudir a vocablos extranjeros. De ahí, el revoltijo de denominaciones más o menos (in)controladas al que asistimos: «capas medias y medias-superiores», «clase media educada», «asalariados de la economía de servicios», «hipercuadros de la mundialización», «élites urbanas circulantes y globalizadas», «clase creativa», etc. Todo ello por no llamar a las cosas (en este caso, a la gente) por su nombre: pequeña burguesía intelectual (PBI). Una denominación que, teniendo en cuenta la coyuntura politico-ideológica actual donde un neoconservadurismo adornado con las plumas de una radicalidad postmoderna desaconseja cualquier análisis materialista de la realidad social,4 no deja de provocar que en los círculos académicos se ponga el grito en el cielo. Sin entrar al detalle de lo que ya hemos dicho en otras ocasiones,5 voy a resumir la cuestión en grandes rasgos.

    Bajo el capitalismo, Marx distinguía, como se sabe, dos clases sociales principales cuyo enfrentamiento constituía, para él y sus seguidores, el motor de la historia. Esas grandes clases no eran otras que la burguesía y el proletariado. Pero, con todo, no olvidaba las fracciones de clase originadas de la pequeña producción mercantil en declive (campesinos, artesanos, comerciantes, pequeños empresarios), ni las profesiones liberales tradicionales (médicos, abogados, notarios, etc.), ni tampoco una categoría cuyos efectivos habían aumentado significativamente con el desarrollo del Estado-nación constituido (en Francia, Inglaterra…) o en vía de constitución (Alemania): la burocracia estatal. Todo el conjunto era agrupado y clasificado bajo una denominación aparentemente un poco arbitraria: la pequeña burguesía. Más allá de las diferencias apuntadas entre estas distintas fracciones, Marx se había permitido agruparlas bajo una misma denominación porque pensaba que desempeñaban una misma función subalterna respecto a la burguesía y que participaban de un espíritu común. Dicho de otra manera, la pequeña burguesía era una clase ligada y subordinada a la burguesía, sin menoscabo de que, a veces, experimentara arrebatos que conducían a revueltas contra esta última como consecuencia de su situación contradictoria de clase intermediaria.

En el plano ideológico, los pequeños burgueses comulgaban con los grandes en su idealismo y moralismo, pero disponiendo de una miras mucho más estrechas en conformidad con el universo limitado desde donde tenían que pensar y actuar. No compartían la amplitud de miras propia de una clase dominante. De allí la connotación estigmatizadora que adquirirá la expresión pequeña burguesía desde entonces, reforzada más tarde por su uso crítico y algo inflacionista en los medios literarios y artísticos aficionados al anticonformismo. Hay que decir que el mismo Marx hizo el primer gesto de desprecio a los pequeños burgueses al reemplazar en algunos de sus escritos la palabra francesa petit que él utilizaba también, por el adjetivo inglés petty, aún más descalificador por connotar algo insigficante, menor, mezquino.

   Bertolt Brecht en su famosa obra famosa Boda en casa de los pequeños burgueses ofrece un retrato poco favorecedor de la pequeña burguesía al poner de manifiesto la mediocridad y lo ridículo de sus ambiciones. Quizás se pueda ver aquí uno de los motivos –aunque no sea el más importante– de la reticencia (por no hablar del rechazo puro y simple) de parte de la intelligentsia de izquierda francesa de otorgar la menor pertinencia científica al concepto de pequeña burguesía intelectual para definir su propia pertenencia de clase, así como las prácticas y las representaciones que le van a la par. Para ella, este concepto no es más que una clasificación burda e infamante, muestra de un marxismo simplista y reductor.

    Ahora bien, si el capitalismo contemporáneo no es el mismo que cuando Marx comentaba y criticaba a la pequeña burguesía, resulta que hoy, lejos de desaparecer con el desarrollo de este modo de producción, este “tercer ladrón” de la Historia, si se puede decir así, a medio camino entre la burguesía y el proletariado, ha adquirido en el transcurso del último siglo una importacia mayor y un papel creciente en el relevo de la dominación y en la reproducción de la relaciones de producción. Sus componentes, desde luego, ya no son exactamente los mismos que en la segunda mitad del siglo XIX. Para analizarlos, hace falta adoptar como punto de partida un criterio que no sea la mera oposición –fundamental pero demasiado economicista– entre explotadores y explotados. Se puede formular de otra forma, que no la reemplaza sino que la complementa: la división entre dirigentes y dirigidos.

Así, cabe distinguir en la división capitalista del trabajo las tareas de dirección, cumplidas por una burguesía que puede ser tanto privada como pública (es decir, estatal; el sociólogo Pierre Bourdieu hablaba de «nobleza estatal»), y las tareas de ejecución, asignadas a un proletariado de obreros o empleados, división que no puede mantenerse y perdurar sin la ayuda de una clase encargada de las tareas de mediación: la pequeña burguesía intelectual (PBI). Muy diversas, estas tareas pueden clasificarse en cuatro secciones: concepción, organización, control y formación (educación, información, comunicación, inculcación ideológica). Corresponden tanto al sector público como al sector privado. En el seno de esta clase existe, a su vez, una estratificación entre las capas superiores, medias e inferiores en términos de recursos, cualificaciones y responsabilidades según la jerarquía propia de cada tipo de actividades.

Aquellas que se desarrollaron con mayor intensidad en el transcurso de las últimas décadas son las que se corresponden, por una parte, con las ramas más inovadoras y dinámicas del capitalismo posindustrial (nuevas tecnologías, informática, finanzas, las “info-com”, la publicidad, etc.) del capitalismo, y, por otra, con aquellas que contribuyen al bienestar de la población al tiempo que la integran al orden social (educación, salud, trabajo social, cultura, esparcimiento…).

De paso, diremos que ciertas tareas de mediación pueden estar combinadas. Así pues, un catedrático-investigador concibe e inculca; un funcionario territorial (tecnócrata del urbanismo, por ejemplo) organiza y controla. Un ingeniero encargado de la innovación tecnológica (una tarea de concepción) puede, si sus competencias son requeridas en la gestión de la explotación, ejercer además la función de organizador. Además, muchos de estos nuevos pequeños burgueses pueden encontrarse en una doble posición en términos jerárquicos, es decir, pueden ser a la vez dominantes y dominados. Así, por ejemplo, un trabajador social puede ser a la vez controlador y controlado, y un educador de calle, a su vez, educador y educado.

Además, pueden producirse deslizamientos de un nivel a otro en función de las promociones o de las desclasificaciones. Un funcionario de alto rango procedente de la Escuela Nacional de Administración que después de una carrera política se ve impulsado al frente de una gran empresa nacionalizada o privatizada, se vuelve un burgués. En cuanto a la desclasificación, este término debe ser tomado en su significado fuerte: por ejemplo, la desvalorización de los títulos universitarios o la inseguridad en el empleo pueden amenazar con la proletarización a ciertas categorías inferiores de la PBI, proceso acelerado en el sector público debido a las políticas neoliberales de privatización (oficial o disimulada). Ese es el destino probable de las generaciones de “jóvenes sin futuro” de hoy en Grecia, España, Portugal e Italia, y, de mañana, en Francia.

Si por las razones señaladas, el término de gentrificación parece discutible en el plano teórico (y político), a pesar de todo tienen la ventaja de evitar la amalgama falsa que podría acarrear, en el análisis de las llamadas “mutaciones urbanas”,6 la palabra aburguesamiento. Más que nunca, la burguesía se parapeta en “bellos barrios” tradicionales o en urbanizaciones periféricas llamadas “residenciales” para recordar el carácter hiperselectivo del hábitat donde vive. Pero por muy dispendioso que pueda ser el hedonismo consumista del que hacen gala los estratos superiores de la PBI esto no autoriza a clasificar a este grupo social de burguesía, pues en realidad lo que define a la burguesía no es el nivel de los recursos o la cantidad de patrimonio del que dispone, ni incluso su capital cultural, sino su posición en las relaciones sociales de producción, que es precisamente lo que la convierte en la clase dominante.

   La mayor parte de los nuevos habitantes que se establecen en ciertos sectores urbanos donde vivía una población compuesta en su mayoría de obreros y empleados –a los cuales se puede añadir los pequeños comerciantes y artesanos que satisfacían las necesidades de los anteriores– ejercen profesiones que requieren un capital intelectual, a la vez escolar, y sobre todo cultural, importante, como aquellas de lo que se ha dado en llamar la nueva economía de la información, la comunicación, del conocimiento y de la creación. Muchos de sus miembros desarrollan su actividad profesional en los medios de comunicación, en los sectores de la moda y la publicidad, pero pueden ser también artistas, decoradores, psicoanalistas, abogados o profesores de la enseñanza superior. Este grupo muy diverso en su composición dispone de un poder adquisitivo bastante alto que le permite consumir de “otro modo” a cómo lo hacen los burgueses tradicionales, pero con costes a menudo bastante elevados, ya sea en materia de ropa, alimentación, muebles, esparcimiento o, desde luego, alojamiento. La PBI es promovida y promocionada desde las páginas “culturales” de prensa y revistas. Aunque esta clase privilegiada aprecia especialmente todo tipo de (seudo)transgresiones y “obras perturbadoras” que se suelen mostrar en ese mundillo cultural, en realidad participan de un nuevo tipo de conformismo muy acorde con la estetización de un modo de vida que les permite, en lo fundamental, distinguirse de lo “común” (entendido como corriente o vulgar).

    A este respecto, la denominación mediática del oxímoron “bobos” (fruto de la unión de las primeras letras de bourgeois-bohèmes), lanzada por el periodista norteamericano David Brooks, y que sirve corrientemente en Francia para designar a los neo-pequeños burgueses que están en el candelero en los barrios “gentrificados”, es doblemente engañosa.7

En primer lugar, la diferencia (o distinción) de que hacen alarde ciertos neo-pequeños burgueses, minoritarios pero muy visibles, para valorizar su “estilo de vida” nada tiene que ver con el anticonformismo de la bohemia artística de finales del siglo XIX y principios del siglo XX. Los artistas que formaban esta comunidad marginal y marginada (pintores, escultores, poetas, músicos…) rechazaban la sociedad burguesa, sus valores y sus códigos hasta el punto de romper materialmente con ella a pesar de que muchos procedían de la pequeña burguesía tradicional. Los “bobos”, por el contrario, se sienten perfectamente cómodos en la sociedad capitalista. No sufren la miseria y la marginalidad tan características de la bohemia original. Su apariencia y actitud siempre supuestamente “al margen o fuera de las normas” no son, en realidad, más que concreciones de sus costosas preferencias culturales que alimentan un mercado de la moda, del lujo y del arte en pleno auge, para la gran satisfacción de una burguesía ilustrada al acecho de las últimas novedades en materia de “creación”.

Ejemplos de “super-bobos” son las actuales estrellas de la arquitectura internacional: los Jean Nouvel, Christian de Portzamparc, Renzo Piano, Ricardo Bofill, Rem Koolhaas y otros. Multimillonarios en euros o en dólares gracias a los asombrosos proyectos de los que son autores, a la cabeza de estudios de arquitectura con un personal muy numeroso, gozando de los privilegios que les proporciona su reputación de “creadores” internacionalmente admirados, se hace difícil ver a primera vista qué es lo que podría vincular a estos miembros de la jet set mundializada con la bohemia de antaño.8 Mimados por los poderes públicos y privados de este mundo que son sus clientes, recibidos desde todas las instancias del poder por su talento para aumentar el poder simbólico de los lugares, adulados por la crítica especializada más académica, estos maestros de obra –considerados también “maestros del pensamiento” porque imaginan y conciben “la ciudad del futuro”– no son por ello burgueses. Aunque asociados a estos últimos –a quienes deben su estatus, su prosperidad y la posibilidad de dejar una huella duradera en el espacio urbano– no se confunden con la clase dominante.9 Dibujar edificios lujosos, espectaculares e innovadores (museos, mediatecas, auditóriums, teatros, ayuntamientos, embajadas, sedes sociales, estadios, etc.) en comandita con la gente que detenta el poder, sea éste económico o político, no representa otra cosa en realidad que la fidelidad a una tradición plurisecular: la del arquitecto al servicio del Príncipe.

Aun cuando desempeña un papel relevante en la reproducción de las relaciones de dominación, la PBI, incluyendo a sus categorías superiores, no forma parte, lo repito, de la clase dominante. Por muy influyentes que puedan ser en el plano ideológico y político, sobre todo cuando sus representantes ejercen el poder a través de partidos de izquierda, su sitio y su función son los de una clase intermediaria estructuralmente subordinada a la clase dominante. Por eso el sociólogo Pierre Bourdieu consideraba a sus miembros como «agentes dominados de la dominación».

   Pero ellos también deben apropiarse de determinados espacios para imprimir su marca en la ciudad. Mientras que una parte, compuesta generalmente de matrimonios con hijos, ejerciendo profesiones en el sector privado (como ingenieros, cuadros y técnicos) escoge preferentemente el modelo de los pisos en edificios modernos y lujosos o las casas unifamiliares con jardín ubicadas en las periferias urbanas, otros, solteros o en pareja, que trabajan principalmente en las “info-com”, en los medios de comunicación o en el sector de la cultura, prefieren los barrios céntricos por razones profesionales, de modo de vida e identidad social. En este último caso, el hecho de «radicarse en los barrios centrales rehabilitados se ha vuelto casi un criterio de pertenencia», la «piedra angular de una estrategia de distinción social, incluso una toma de poder simbólico sobre la ciudad».10 Una toma de poder político, por lo menos a nivel local, pues la gentrificación no solo afecta al espacio construido: afecta también al carácter de los partidos políticos de la izquierda oficial (socialistas y ecologistas, cuya base popular no deja de disminuir desde hace varios decenios).

    Los dirigentes, militantes y la mayor parte del electorado de estos partidos pertenecen a la PBI en las grandes ciudades. Se trata de un fenómeno europeo. Se observa por todas partes una suerte de gentrificación de la socialdemocracia,11 o más bien, del social-liberalismo. Por eso, uno no se asombra del hecho de que las municipalidades de “izquierda” tiendan la mayoría de las veces a anticipar los deseos y aspiraciones de su clientela electoral, en particular en los campos relativos al marco de vida y el consumo cultural. En materia de vivienda, la política de renovación o de rehabilitación urbana favorece la venida de ciudadanos de la PBI. Se trata de sacar a los pobres del centro y de elevar la gama del “producto- ciudad” para seducir a los bobos. La política urbana y, en particular, la urbanística llevada por la municipalidad “socialista” de Nantes y su equipo «verde-rosado», constituye un ejemplo entre otros tantos. Esta política es la misma en Grenoble, Rennes, Nantes, Toulouse, Lille, Estrasburgo y, desde luego, París, con ayuntamientos eco-socialistas. Por supuesto, esto ocurre también en las ciudades administradas por la derecha, tales como Burdeos o Marsella, aunque no sin dificultades en esta última debido al arraigo profundo y persistente del pueblo en los barrios centrales. A semejanza de sus homólogos en los países vecinos, los concejales de estos municipios parecen concebir la calidad de vida urbana (supuestamente, su principal prioridad) como una mercancía reservada a los más afortunados «en un mundo donde el consumismo, el turismo, las industrias de la cultura y del conocimiento se han vuelto los aspectos mayores de la economía política urbana».12

Más allá de la novedad de estos aspectos, esta economía es tributaria de las modalidades de la acumulación capitalista, y, por lo tanto, de los intereses de las clases dirigentes. ¿Que encubre, entonces, la gentrificación? El efecto conjugado de la lógica del mercado inmobiliario y de las políticas públicas. Este fenómeno puede analizarse como uno de los rasgos sobresalientes de la urbanización del capital en un período donde éste atraviesa cuatro tipos de transformaciones: transnacionalización, tecnologización, flexibilización y financiarización.

Las elites, la nueva pequeña burguesía que ha tomado el mando en las grandes ciudades, no hacen más que doblegarse a las desideratas de la burguesía mundializada, como se deduce del reciente entusiasmo mostrado ante la metropolización. Tanto para ediles y tecnócratas como para periodistas e investigadores urbanos, la metropolización es presentada como un proceso a la vez ineluctable y benéfico sin lazo alguno con las relaciones de clases. Con todo, dicha metropolización es solo la inscripción espacial de una tendencia potente de la acumulación del capital: la polarización social y espacial de las actividades vinculadas a la concentración funcional y geográfica del sector terciario noble en los «niveles superiores de la armadura urbana», por citar una formulación tecnocrática vigente en Francia durante los años sesenta del siglo pasado cuando el Estado se esforzaba en promover las llamadas “metrópolis de equilibrio” para hacer contrapeso a la hegemonía de la capital.

Debido a su expansión, estas actividades –junto a las profesiones anejas (finanzas, derecho, consultoría, publicidad, cultura, etc.) y la gente que las ejercen– se encuentran concentradas en los centros urbanos y en el corazón de los territorios urbanizados. La extensión urbana, vilipendiada hoy día como incompatible con el advenimiento de una hipotética ciudad sostenible sigue yendo a la par con el fortalecimiento de la centralidad. Solo la escala del proceso ha cambiado. Los antiguos límites político-administrativos se han vuelto caducos para organizar la urbanización capitalista. De ahí el dilema que las elites locales, elegidas o no, han de afrontar en las grandes ciudades y sus suburbios en relación con la gobernanza urbana: metropolización o marginación.

En efecto, la llamada “competencia libre y no falseada” que se aplica al campo urbano pone a las ciudades a competir unas contra otras a nivel mundial, continental o nacional para atraer a inversores, empresarios y “materia gris” (a saber, a los sectores más creativos e innovadores), y en lo que se refiere a la gentrificación busca atraer a una fracción de la PBI que, por afición cultural o por necesidad profesional, opta por las ventajas y los encantos de la centralidad urbana, mientras que la otra fracción prefiere los placeres del hábitat individual periférico, vasto y verdoso. Bajo la égida de municipalidades deseosas de aumentar el atractivo de una ciudad o de borrar su imagen siniestra y repulsiva de la desindustrialización, las políticas de gentrificación toman la vía de la rehabilitación del patrimonio inmobiliario existente, a menudo con la reafectación de ciertos lugares heredados de la edad industrial (almacenes, fábricas, astilleros, mercados etc.) y la reconversión de su uso en viviendas o equipamientos culturales. Otra vía es la renovación, es decir la destrucción parcial o completa, seguida de la construcción de viviendas y equipamietos nuevos (espacios públicos, comerciales y de esparcimiento) adaptados a la demanda de nuevos ciudadanos.

   De todos modos, rehabilitación y renovación urbanas cuando se producen en sectores ya poblados implican también una renovación humana. Cabe preguntarse, a este respecto, si calificarlo de “humano” es apropiado. En ambos casos, lo que se “renueva” es una población más adinerada a expensas de otra menos adinerada, con lo que más que de renovación se debería hablar de sustitución y desalojo.

    Desde un punto de vista político (es decir, de clase), se puede concluir –como hacen Neil Smith y David Harvey– que la gentrificación es una de las facetas de la elitización del derecho a la ciudad. Pero se puede considerar, igualmente desde un punto de vista político, pero vista desde abajo, como una faceta de la desposesión urbana de las clases populares. Estos dos puntos de vista son complementarios, pero no equivalentes. El primero atrae la atención sobre los recién llegados. El segundo sobre los expulsados. Al leer la mayoría de los estudios recientes sobre gentrificación, parece que sus autores se interesan más por los gentrificadores que por los habitantes que estos reemplazan o van a reemplazar. Lo que hasta cierto punto me parece lógico, pues la propia noción de gentrification incita a hacer hincapié en la llegada de los nuevos habitantes a los barrios populares, a analizar los motivos y las condiciones de su mudanza, sus prácticas residenciales, sus representaciones, sus dificultades de adaptación, sus sorpresas buenas o malas, etc. Como contrapartida, se produce cierta negligencia o indiferencia por los habitantes que se han ido o que deberán irse tarde o temprano.

 Un objeto de investigación-acción que no se presenta como tal

Esta diferencia de tratamiento científico me ha llevado a proponer otro concepto, no con la intención de sustituir al de la gentrificación sino para complementarlo. Este concepto complementario es el siguiente: despoblamiento. Pero debemos tomarlo con una definición diferente de su acepción demográfica o geográfica habitual, que designa la disminución de la población de un territorio y, a veces, su desaparición. Esta vez, tomaría un significado sociológico con implicaciones políticas: la evicción parcial o total de las clases populares –es decir, del “pueblo”– en relación con los barrios donde vivían.

Esta diferencia de tratamiento me ha llevado a emitir una serie de hipótesis encadenadas que han empezado a provocar reacciones diversas, es decir, cierta hostilidad (por no decir una hostilidad cierta) entre los especialistas de la gentrificación.

Ya he explicado por qué el término de gentrificación no me gusta mucho y que me parece mal escogido para identificar al actor de este proceso o al beneficiario de esta política. Queda por saber por qué el término es aceptado por los investigadores como un concepto científico sin discusión alguna. Para mí –y voy a proponer una hipótesis a efectos de polemizar–, el éxito de la noción de gentrificación estriba, al menos en Francia, en el deseo inconsciente de los investigadores de dejar en la sombra la identidad de clase de los ciudadanos implicados. Aludí anteriormente al rechazo de denominar PBI a la clase a la cual pertenecen y las razones de este rechazo. De ahí que se pueda hablar de un uso ideológico del término gentrificación, y por eso pongo en tela de juicio su fundamento científico en la medida en que esta noción autoriza a la mayoría de los investigadores a negar pura y simplemente el caracter neo-pequeño-burgues de una clase social de la que ellos mismos son representantes eminentes. Es como si, por una solidaridad de clase inconsciente, más valiera no llamar mucho la atención sobre el papel de su propia clase en la privación del derecho de las clases populares a la centralidad urbana.

Iré más allá. El éxito de la noción de gentrificación me lleva a preguntarme acerca de la ambigüedad del tema de la gentrificación entre los investigadores urbanos. Con riesgo de pasar por un inquisidor, lo encuentro un poco sospechoso. La socióloga francesa Sylvie Tissot, por ejemplo, acoge con satisfacción el hecho de que «lo que se llama en adelante “gentrificación” constituye un verdadero subcampo disciplinario en la sociología y la geografía urbana».13 Al igual que sus colegas, se abstiene de emitir dudas sobre la cientificidad postulada de este concepto. También el silencio prevalece acerca de las razones de la importancia adquirida por dicho “subcampo” y sobre todo del interés que este suscita. Sospecho que para estos investigadores el tema en boga de la gentrificación constituye un verdadero negocio en el mercado de la ideas (artículos, libros, coloquios, viajes de estudio, fama de especialista, etc.); se puede incluir en ese “círculo de interesados” también a ciertos ediles, a los especuladores y a otros tiburones inmobiliarios, además de a los propios gentrificadores. Ahora bien, queda por averiguar qué utilidad tiene el “subcampo” para los habitantes que pagan la cuenta del fenómeno así designado y que son mantenidos en la ignorancia tanto en relación con los mecanismos y la lógica de clase que produce dicho fenómeno como en lo que respecta a la identidad social de los actores intervinientes.

    Muchos gentrificadores se han enterado de la existencia de estudios científicos sobre la gentrificación, y conocen, directamente o por las vías indirectas de la vulgarización mediática, datos y explicaciones contenidos en ellos que pueden resultarles útiles. Y eso, tanto o más facilmente, porque los propios autores de esas investigaciones pertenecen frecuentemente a esa misma clase social. Para el nuevo pequeño burgués en busca de un tipo de vivienda conforme a sus ingresos y sus anhelos en materia de estilo de vida y de ambientes urbanos “con carácter”, nada mejor, aparte del boca en boca, que un artículo o un reportaje inspirado por estos estudios para escoger el barrio idóneo donde establecerse. Lo mismo se puede decir para los corredores de fincas y los agentes inmobiliarios en pos de sectores urbanos en vía de gentrificación donde hacer negocio. Uno de ellos, al acecho de la Butteaux-Cailles, antiguo baluarte proletario del distrito 13 en París, un sector muy apreciado por los gentrificadores, afirmaba lo siguiente: «estos investigadores que escogen la gentrificación como tema de sus estudios (…) ¡nos evitan pagar estudios de mercado! Nos basta con consultar internet». Del lado de los ediles preocupados por atraer la llamada “clase creativa” para dinamizar su ciudad, estos estudios a los que pueden acceder (si es que no los han impulsado o financiado ellos mismos) les inspirarán a la hora de elaborar proyectos de recalificación urbana y estrategias para llevarlos a cabo. Porque lo que al principio eran solo procesos derivados de una multiplicidad de iniciativas individuales no coordinadas se ha vuelto ahora política concertada a iniciativa de los poderes públicos con el fin de realzar la fama de un barrio, seduciendo a ciudadanos de condición social digna en una ciudad en plena mutación.

    Desde este punto de vista, los estudios que tratan la gentrificación aparecen como la aplicación de una variante no reconocida de la investigación-acción. Este tipo de investigación busca, según la definición canónica, un objectivo doble: producir conocimientos referidos a la realidad social y trabajar por su transformación. Una definición que, sin embargo, exige una corrección y una precisión: la producción de conocimientos pasa delante de la acción en la medida en que ella constituye una condición previa, pero también después, en términos de precedencia, en la medida en que el conocimiento está al servicio de la acción. Oficialmente, la investigación-acción (I-A) nació del encuentro entre una voluntad de cambio social y una intención de investigación. Un dualidad de objetivos cuya realización puede tomar dos vías: la I-A interna, donde hacer progresar el conocimento y hacer progresar un proyecto de transformación social –un proyecto urbanístico, por ejemplo– competen a un mismo grupo en el seno de una misma institución; y, la I-A asociada donde la intención de la investigación es llevada a cabo por unos profesionales específicos y la voluntad de cambios por unos “usuarios”.

En el ámbito del ordenamiento territorial y del urbanismo, y más en general en el ámbito de las políticas urbanas, es frecuente encontrarse con la investigación asociada, más o menos tácita o implícita según los casos. Como exige la división capitalista del trabajo, se suele distinguir entre los investigadores y los responsables (los “décideurs”, en francés). Pero, en materia de gentrificación, hemos visto que cabe clasificar en esta última categoría no solo a los ediles locales, a los tecnócratas, urbanistas, financieros, empresarios, constructores, promotores y otros especuladores, sino también a esos actores de primer plano que son los invasores neo-pequeños-burgueses. A pesar de las contradicciones y divergencias que, por motivos de estatus, interés, objetivos, visiones del mundo o deseos respectivos, les pueden enfrentar entre sí, todos son partícipes y actores de una recalificación urbana que interesa, con todos los significados del término, prioritariamente a la “gente de calidad”, como se decía en otro tiempo, más allá de la profesiones de fe demagógicas sobre la mixidad social. A ese respecto, todos son “usuarios”, potenciales o reales, habituales u ocasionales, metódicos o superficiales, directos o no, de los estudios realizados sobre este tema por los especialistas curtidos en la gentrificación. Por eso, estos últimos, lo admitan o no, contribuyen a “dinamizar el cambio urbano”, por tomar una frase acuñada de la neolengua de los economistas urbanos o de los gabinetes de comunicación municipales. Un cambio urbano en la continuidad capitalista, desde luego.

En América Latina y algunos países de Europa, como España e Italia, hay profesores y estudiantes de urbanismo, geografía urbana o sociología urbana que ayudan a los vecinos a comprender los motivos e intenciones reales que se encuentran escondidos tras las presentaciones oficiales de un proyecto urbanístico; esos mismos profesores o estudiantes ayudan a elaborar una argumentación o incluso a presentar un contra-proyecto para oponerse eficazmente a los responsables en las llamadas reuniones de concertación. Pero en Francia parece que está vigente entre sociólogos, geógrafos y antropólogos urbanos una ley no escrita según la cual las discusiones eruditas en torno de la gentrificación no deben nunca conducir a los expertos que toman parte en ellas a un compromiso práctico contra un proceso y una política que tiene como resultado despoblar los barrios populares, con el significado a la vez sociológico y político, como ya he dicho, de desalojo del pueblo. ¡Aquí se confirma, una vez más, el enlace existente entre posición teórica y posición política!

En cualquier caso, según decretan los mandarines de la investigación urbana, no se debería confundir el debate científico del combate político. El papel del investigador deberá ser –en su opinión– interpretar el mundo urbano, científicamente desde luego, pero no tratar de transformarlo. Olvidan –o fingen olvidarlo– que, conscientemente o no, ayudan de esta manera a transformar la realidad pero en la dirección esperada por las élites que los gobiernan. Incumbiría entonces a los habitantes amenazados por la desposesión gentrificadora reaccionar y a los militantes, cuando existen, hacer el resto.

Jean-Pierre Garnier es sociólogo urbano. Los temas centrales de su extensa y original obra aparecen reflejados en el libro editado por Rosa Tello: Jean-Pierre Garnier. Un sociólogo urbano a contracorriente (Icaria, 2017).

NOTAS:

1 Texto de una conferencia impartida por el autor en la Facultad de Geografía de la Universidad de Barcelona el 15 de Mayo 2012.

2 A propósito de esto, expertos invitados por la muy respetable Oxford Round Table, organización que busca promover la educación y la cultura en el mundo, hablaron de la gentrificación como el «nuevo colonialismo de la era moderna» («Gentrification: The new colonialism in the modern era», Forum on Public Policy: A Journal of the Oxford Round Table, 22 de junio de 2008).

3 El vocabulario urbanístico empleado para designar las transformaciones de los barrios populares es engañoso. Renacimiento urbano, revitalización, recalificación, rehabilitación, regeneración, etc. Siempre de índole positivo, estos términos comparten la característica de estar pulidos, de ser asépticos y de contener su propia legitimación –¿quién podría estar, a priori, en favor de la desvitalización de un barrio, de su descalificación o de su degeneración?–. Además, el uso casi sistemático del prefijo «re» lleva la imagen de un retorno a la normalidad o del principio de un nuevo ciclo en la evolución ‘natural’ del tejido urbano. De este modo, la dimensión de clase del cambio urbano es completamente eliminada, y cualquier crítica de las transformaciones urbanas en curso es anestesiada. Se trata de suscitar la adhesión de la mayoría, de las clases populares, incluso a un proyecto de remodelación elitista del espacio urbano que implica su desposesión.

4 Aunque el autor se refiere al clima político-cultural francés, puede extenderse la apreciación al que existe en la actualidad en la mayor parte de Europa [N. del E.].

5 Le socialisme à visage urbain, co-escrito con Denis Golschmidt (Rupture 1977), La deuxième droite (Robert Laffont 1987) y La pensée aveugle – Quand les intellectuels ont des visions (Spengler 1995), escrito conjuntamente con Louis Janover, y un libro reciente, Une violence éminemment contemporaine – Essais sur la ville, la petite bourgeoisie intellectuelle et l’effacement des couches populaires (Agone 2010).

6 Tomado de la biología, el concepto de mutación tiene como efecto, si no finalidad, naturalizar la evolución en curso del modo de espacialización capitalista. Con sus connotaciones de cambio y modernización, contribuye también a valorizarla. Utilizado con frecuencia por sociólogos, antropólogos, geógrafos, politólogos y ciertos filósofos, permite también “dar fe” del carácter científico de estas disciplinas.

7 D. Brooks, Les Bobos, Les bourgeois bohèmes, Col. Le livre de poche, 2000.

8 Como no sea el anticapitalismo de pacotilla (repudiado y olvidado después) que profesaron en las escuelas de arquitectura cuando eran estudiantes en la época de la llamada “contestación del sistema”.

9 Desde un punto de vista económico, sin embargo, pueden ser considerados capitalistas en la medida en que exploten a sus empleados. Pero hay que apuntar que sus ingresos proceden tanto de la plusvalía extraída del trabajo asalariado como del dinero público recaudado a través de los impuestos.

10 A. Clerval, al referirse a Les Bobos, Les bourgeois bohèmes de D. Brooks, Cybergeo, consultado el 17 de marzo de 2005, modificado el 12 de diciembre de 2006.

11 C. Guilly, «La nouvelle géographie sociale à l’assaut de la carte électorale», Cevipof, 2002.

12 D. Harvey, «The right to the city», New Left Review, n° 53, sept-oct. de 2008, p. 19.

13 S. Tissot, «Centres-villes: modèles, luttes, pratiques», Actes de la recherche en Sciences sociales, n° 195, diciembre de
2012.

Acceso al artículo en formato pdf: «Gentrification»: un concepto inadecuado para una temática ambigua.

Otros artículos del autor aparecidos en las publicaciones de FUHEM Ecosocial:

Jean-Pierre Garnier, «La invisibilización urbana de las clases populares«, Papeles de relaciones ecosociales y cambio global, núm. 130, verano 2015, pp. 29-45 págs.

– Alessi Dell’Umbria y Jean-Pierre Garnier, «Un magic kingdom urbano: «Marseille Provence 2013: capital europea de la cultura»», Papeles de relaciones ecosociale sy cambio global, número 123, otoño 2013, 99-108 págs.

Jean-Pierre Garnier, “Hacia un urbanismo securitario. El mantenimiento del orden en el espacio y a través del espacio», Boletín ECOS, núm. 29, diciembre 2014-febrero 2015.

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